viernes, 20 de mayo de 2011

El Mal Trago


El Mal Trago
Cargado originalmente por LaVisitaComunicacion
Un mal trago
Era viernes, y como de costumbre, Alberto acudió al bar-restaurante de Maria Antonia, tras una jornada agotadora. Allí encontró a su amigo y vecino Joxean, apoyado de pie sobre la barra y con la mirada perdida. Joxean estaba arrastrando un vaso vacío con sus manos temblorosas. Parecía consternado. Alberto se sentó a su lado sin saber qué decir. Tras dejar un par de monedas sobre la barra, le hizo una señal a Maria Antonia para que le sirviera dos copas.
Haciendo caso omiso a la invitación de su amigo, Joxean retiró las manos del vaso, recogió su anorak y salió del establecimiento sin dirigirle la palabra a Alberto, que lo alcanzó de camino al barrio donde ambos residían. No hablaron en todo el trayecto y ni tan siquiera se despidieron cuando llegaron al domicilio de Alberto. Allí, su esposa Sara le esperaba despierta.
-¡Vacía tus bolsillos! –le ordenó sin darle apenas margen de reacción.
-¿Qué esperas encontrar? –respondió Alberto sorprendido.
Al no recibir respuesta, Alberto decidió atender la petición de Sara, y vació los bolsillos. Se percató de que no llevaba nada encima y se preguntó donde habría dejado su documentación.
-Fundirte el trabajo de una semana en alcohol no es el mejor camino para afrontar nuestra situación –le espetó con tristeza Sara.
-¿A qué situación te refieres? Me he encontrado a Joxean en el bar, y parecía abatido. Estaba bebiendo y he decidido acompañarle, pero…
Sara parecía no escuchar a un Alberto atónito ante la reacción de su esposa. El ruido de una puerta interrumpió al honrado trabajador del sector vinícola, que retrocedió para cerciorarse de que la puerta estaba cerrada. Cuando volvió a la habitación vio que Sara lloraba desconsolada. Alberto trató de calmar a su mujer, pero al acercarse a ella, Sara salió corriendo de casa.
Aquella noche Alberto apenas durmió. Su mujer regresó a medianoche, y lejos de disculparse, se metió en la cama dándole la espalda. No comprendía qué podía estar pasando por la cabeza de su esposa. Cuando despertó vio que Sara se había marchado y tras esperarle varias horas decidió irse al bar. Allí se reencontró con la escena de la noche anterior. Joxean ocultaba su cara con las dos manos, mientras Maria Antonia se disponía a servirle una copa.
-No me sirvas mas. He quedado para comer y creo que por hoy ya he bebido suficiente –dijo Joxean mientras se levantaba de la silla.
Con claros síntomas de embriaguez, dejó unas cuantas monedas en la barra y se dirigió a la puerta, como si no hubiera visto a nadie. Alberto salió a su paso, pero al ver el rostro descompuesto de Joxean, no fue capaz de articular palabra alguna y le abrió camino. Cuando volvió a su hogar, Alberto se encontró con la mesa preparada con un apetitoso manjar y a su mujer Sara sirviendo dos copas de vino. Se disponía a preguntarle a qué se debía aquel detalle, cuando le asaltó el sonido de los pasos de una persona a su espalda. Sara recogió las dos vasos de vino tinto y se acercó a Joxean, que permanecía de pie al lado de la puerta.
-¿Me podéis explicar que pasa aquí? –preguntó un estupefacto Alberto.
Lejos de recibir una respuesta, Alberto vio como su esposa acercó sus labios al de Joxean, hasta que se fundieron en un beso. Alberto sintió como se le paralizaba el corazón. Giró la cabeza desorientado y su mirada se estrelló con la botella de vino gran reserva de 1999 que había descorchado su esposa, y que él había guardado para una ocasión muy especial.
-Creo que Alberto no se merecía este final –dijo Joxean-. Se ha pasado la vida catando vinos, y nosotros brindamos por su envenenamiento con su mejor botella.
Alberto no podía crédito a lo que estaba oyendo. Su mejor amigo y la mujer con la que había compartido sus últimos 20 años le habían envenenado. Aquello debía tratarse de una pesadilla.
-¡Yo no estoy muerto! –exclamó con todas sus fuerzas.
Alberto se despertó exhausto, empapado de sudor, al tiempo que escuchó la voz de su mujer.
-Procura vaciar los bolsillos de los pantalones la próxima vez –le gritó Sara.
Alberto persiguió a su mujer con una atenta mirada hasta que ésta salió de la habitación. En aquel instante sonó la melodía de su teléfono. Se levantó con desgana y miró a la pantalla del móvil. Saludó a Joxean con voz adormilada.
-¿Todavía en la cama? Te estás perdiendo un hermoso día. He pensado que podríamos quedar para comer con tu mujer y abrir esa botella de gran reserva. ¿Qué te parece?
Alberto apagó el teléfono sin responder a su amigo y después se dirigió al armario acristalado donde guardaba su botella de gran reserva como si de un tesoro de tratara. Se sirvió una copa de aquel vino color rojo rubí con tonos teja. Mientras acercaba su nariz y sus labios al vaso, pensó: “Si me tienen que envenenar, que sea después de disfrutar de este magnífico aroma”. Limpio en nariz, aquel aroma de fruta pasa, ahumado, con un toque de pastelería y ligera punta de acidez le ayudó a superar el mal trago.

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